miércoles, 30 de marzo de 2011

Texto de Estefanía Ramos

.Que el tiempo pasa inexorablemente es algo que ya asumieron en la Antigüedad Clásica personas que, como yo y supongo que también como ustedes, continuaban intentando manejar su existencia día tras día a veces sin notar que la propia existencia (y sus variantes) es quien realmente nos maneja a nosotros.
Han pasado siglos desde que Safo, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Ovidio, Virgilio o Dante manifestasen por escrito, y con un talento absolutamente sublime, la naturaleza de la existencia humana y los entresijos y miserias que ésta encierra tras su apariencia.
Han pasado siglos desde la redacción de todos aquellos escritos y el ser humano sigue siendo una sorprendente combinación entre lo más sencillo y lo más complejo del mundo. Podríamos poéticamente decir que el ser humano es la contradicción más simple del Universo conocido.
Pero, tras esta clara función fática, se nos revela un aspecto verdaderamente curioso del ser humano, que está estrechamente ligado con la cultura.
Cómo explicarlo? El ser humano ha creado, a veces con suma maestría casi impropia de nuestro género y a veces con un carácter deplorable que hace pensar que el creador de la obra es un verdadero misántropo desprovisto del tacto que todo arte requiere, una infinidad de obras para ilustrar un sentimiento, una emoción o incluso el propio paso del tiempo.
Qué les voy a contar? si el Lacrimosa de Mozart no consigue erizarles el vello o la carta que Dido le escribió a Eneas tras su partida no logra despertar incluso las emociones que no sabían que existían dentro de ustedes, tal vez no consigan entender la aparente sencillez desnuda de un verso de Salinas o el párrafo de un guión de Billy Wilder.
En resumidas cuentas, esto viene a significar que la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, nos acompaña día a día y es un aderezo casi fundamental a la hora de recordar diversos pasajes de nuestras vidas.
Con toda esta palabrería lo único que venía a decirles es que me parece sobrecogedor, y casi milagroso dados los tiempos que corren, que una obra cualquiera, desde la más aclamada por los expertos hasta el cuento semirredactado que pueda guardarse en un cajón, consiga conmovernos y despertar hasta el más adormecido de nuestros sentidos para hacernos más humanos. Si esto sucede, y me consta que así es, podremos afirmar con rotundidad que la cultura sigue viva pese a esta crisis de la ideología en que el ser humano se halla inmerso y que en ocasiones parece arrastrarle hacia el fondo de una interminable espiral de insensibilidad y vacuidad.






[He aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.
El agua anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.
Ah silenciosa !


Pablo Neruda]