Las obras de Pilar Molinos son como una prolongación de su casa, es lo mismo que decir que son la prolongación de su pensamiento o de su alma, porque estas dos cosas habitan en ellos; en su hogar y en su pintura.
Son imágenes equilibradas, cabales e hipnóticas; entrañables como un gramófono con discos de papel y cercanas como ella misma. Me gusta el orden anárquico y el desenfado que desprenden sus colores; además, me ocurre algo curioso que no había experimentado nunca con una pintura… me entran ganas de comer y de beber. Un picadillo de tomate, pimiento verde, cebolla, pepino y una buena cerveza fria; esta es una de las cosas que me sugieren esos colores y esas formas.
Me alegra que haya un artista que no traumatice, no desespere, no haga un nudo en el estómago. Me gusta que me estimule esos sentidos primarios tan ligados a su pueblo (que casi es el mio), porque sirve para que me relaje y haya una tregua en mis guerras internas por un momento. Son como unas pequeñas vacaciones, más reales y más productivas; precisamente porque son interiores, no son materiales, no necesitas coger las maletas e irte a otro sitio, porque te estás desplazando por dentro.
El Pan y el Amor que ella difunde pueden estar implicitos en el color de ese pimiento, de ese tomate, porque forman parte de la propia Naturaleza; y la conexión con esta misma es la conexión con tu propio espíritu, que muchas veces lo pierdes y con sus obras lo encuentras de nuevo.
Arín Dodó