martes, 9 de febrero de 2010

El "Brujo" que no embrujó y Perséfone la Hechicera

El pasado verano fuimos al Teatro Romano de Mérida, y tuvimos la ¿fortuna? de conseguir entradas para el espectáculo de Rafael Álvarez “El Brujo”, “El Evangelio según San Juan”.
No sé si mi gusto es extraño, o estaba demasiado lejos para apreciar el embrujo del lugar y de los intérpretes, lo cierto es que nos aburrimos enormemente. Ese sitio de 2000 años de antigüedad no fue suficiente para cautivarnos, y la representación que presenciamos no nos llamó la atención en absoluto. En cambio el público se lo pasaba en grande con los chistes sobre política y con referencias a la actualidad que se contaban… (no sé, tengo mis dudas, pero quizás desde el punto de vista artístico, utilizar esos chistes para conseguir a la audiencia es un reto demasiado fácil de alcanzar. Eso lo obtiene la TV todos los días sin necesidad de alquilar un escenario tan grandioso).
Quizás el problema está también en eso, en la elección del lugar para la representación de ese tipo de obra; quizá sea demasiado grande para poder apreciar los gestos y los detalles de la actuación del “Brujo” (que por otra parte hay que decir que es un actor brillante, se nota su soltura y su frescura arriba en el escenario). A lo que iba, quizás la equivocación ha sido la elección del lugar; ¿hubiera sido mejor esa misma representación en un teatro pequeño?; con un contacto más directo con el público, es posible que así se hubieran apreciado mejor los pequeños matices.

Hace 3 o 4 años vimos otra obra en ese mismo sitio (en el Teatro Romano de Mérida)… me causó una impresión totalmente distinta. Es más, creo que gracias a esa obra he podido ayudar a crear otra, llamada “El sueño de Samsa”, representada por Arín Dodó recientemente en Madrid. La obra que me influyó e impactó tanto fue “Perséfone”. Había un percusionista negro y musculoso dando porrazos a barras metálicas que empleaba como percusión, a parte de timbales y otros instrumentos; actores que corrían por el escenario como locos de un lado para otro, una actriz hablaba en griego, otra en español (era Emma Suárez, creo que se llama así) y también aparecía una voz en off hablando en inglés…
¡! Joooder!!, me quedé pasmado; me entraron ganas de gritar, saltar y correr al escenario para darle un achuchón a los actores y actrices para expresarle mi emoción. En resumen, la obra me hechizó. No entendí absolutamente nada en el momento…ni un carajo; me refiero al argumento de la obra, pero me daba igual, en esos instantes no lo necesitaba (me leí el texto unos días después; quizá si lo hubiera leído antes de la representación, hubiera disfrutado todavía más la obra; que sirva esto como sugerencia para los que la organizaron), la piel la tenía de gallina. Para mi sorpresa, hubo espectadores que al final abuchearon y dijeron que eso era una estafa.
Como he dicho al principio, tendré un gusto un poco raro, pero para oír chistes sobre política y cosas domésticas me quedo mejor en casa viendo por la tele al Gran Wyoming, no necesito desplazarme 2000 años atrás en el tiempo.
Sinceramente, me lo pasé bastante mejor viendo un partido del Atleti contra el Getafe en el Calderón que viendo al “Brujo” (y eso que nos empataron en el último minuto
- ¡! Lo que nos hace sufrir este Atleti!!)-;
y sinceramente también, no entiendo el empeño del público en querer comprender siempre de forma razonada lo que se cuenta y no se fijen nunca y desaprovechen la emoción que crea una obra menos convencional que hace aflorar sentimientos intemporales e irracionales, y que por supuesto, no necesitan de una localización determinada en el espacio y en el tiempo.
Parece claro que casi siempre se cumple lo que decía Paul Weller (el de The Jam) en una canción (That’s Entertainment): “el público tiene lo que el público quiere”. ¿Eso es el espectáculo?.


Atentamente


Arín Dodó

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